COMO COMUNICAR MEJOR: LOS RETOS DE LA COMUNICACIÓN

 CÓMO COMUNICAR MEJOR: LOS RETOS DE LA COMUNICACIÓN

Todos podemos, humildemente, imaginar cómo los adultos nos comunicaríamos en una relación de una manera ideal. Comprenderíamos claramente nuestros estados de ánimo, hablaríamos con confianza pero sin ira ni amargura, siempre esperaríamos el momento oportuno para exponer nuestro punto de vista. Confiaríamos en nuestra capacidad para ser escuchados y, por lo tanto, no se apresurarían ni forzarían las cosas, y nunca levantaríamos la voz ni entraríamos en una llantina descontrolada.


Desafortunadamente, esto sucede muy raramente, porque la mayoría de nosotros somos adultos solo por edad cronológica y no por madurez interior. En lugar de comunicarnos directa y tranquilamente, tendemos a enviar toda una serie de señales confusas, indirectas, bizarras y muy poco útiles sobre lo que realmente nos está pasando: señales que acaban confundiendo, enfureciendo y muchas veces molestando a nuestro entorno. 


Hacemos que sea extremadamente difícil para ellos entendernos con simpatía y, sin embargo, al mismo tiempo, sentimos un profundo resentimiento por nuestros malentendidos. Este ciclo trágico es tan escandaloso y doloroso que no queremos que vuelva a suceder. Sin embargo, en la privacidad de nuestros hogares, la falta de comunicación es a menudo la regla. Deberíamos tratar de comprender los obstáculos y examinar con simpatía y extrema compasión cómo podríamos hacerlo mejor. 


Tres características principales de cómo funcionan nuestras mentes se interponen en el camino de  una buena comunicación:


1: Asumimos que otros deberían saber

Llevamos dentro de nosotros la poderosa idea de que podemos y debemos ser leídos sin palabras o, para decirlo sin rodeos, milagrosamente.


2: Entramos en pánico

Tenemos tanto miedo de no ser comprendidos que nos comportamos de maneras que confirman y superan nuestros peores miedos. En lugar de exponer nuestro caso con calma, aterrorizados de desperdiciar nuestra vida con alguien comprometido a frustrarnos, nos enfurecemos en el peor momento (a menudo a altas horas de la noche) y nos volvemos vengativos o autocompasivos cuando presentamos nuestros argumentos.

Nos volvemos mandones y controladores o quizás callados y serios. A veces nos sumergimos en nuestro trabajo o tratamos de adormecer nuestro dolor comiendo o bebiendo demasiado vino.


Lo que nuestra pareja , amig@s y familia observan, es nuestro comportamiento externo, en lugar de la angustia subyacente, e infiere que simplemente estamos ocupados o satisfechos. Perdemos así el público que necesitamos desesperadamente.



Siendo lo más honesto posible, trata de completar la siguiente oración:

– Cuando me siento ansioso, a veces trato de sobrellevarlo…

Ahora es el momento de darle a nuestra pareja una guía esencial para entendernos. Ponemos en palabras lo que normalmente solo expresamos a través de comportamientos engañosos. Admitimos los problemas que subyacen a nuestras acciones más desafortunadas y sin sentido.


3: Nos enfurruñamos


El enfado es una de las formas más particulares de comunicación indirecta. Nos negamos a decir lo que nos molesta de una manera educada y amable, mientras esperamos perversamente que nuestra pareja entienda lo que está mal y sea completamente amable y comprensivo con nosotros.


Cuando nuestra pareja nos pregunta qué pasa, respondemos de una manera muy brusca "Estoy bien, todo está bien", pero lo que realmente queremos decir es: "Ya deberías haber entendido lo que tienes mal y lo que me molesta". Espero que te des cuenta y te disculpes muy amablemente, pero me aseguraré de que no lo hagas para demostrarte lo poco amable que eres”. Suena absurdo, y lo es.


– Trata de recordar una ocasión en particular en la que tu pareja o un amigo se puso de mal humor y explique:

a) ¿Por qué te enfadaste?

b) lo que sentiste

c) ¿Por qué te resultó tan difícil decirlo directamente?

La comunicación indirecta casi siempre se origina en la infancia. Cuando éramos muy jóvenes, a menudo no teníamos la capacidad o el contexto para entender y explicar lo que nos molestaba, y entonces recurríamos al silencio, al odio silencioso, a las rabietas y a las patadas.


– ¿Qué aprendiste de tus padres sobre comunicación? ¿Qué hacían cuando estaban molestos? ¿Te ayudaron a encontrar las palabras? ¿Qué modelos has tenido?

– ¿Qué puedes hacer con tus estados de ánimo e ira?


Idealmente, ante un compañero que se comunica mal, haríamos todo lo posible por leer entre líneas. Comprenderíamos que a veces no es capaz de decirnos lo que está mal (o se siente demasiado agitado para hacerlo) y por lo tanto se comporta de tal manera que envía confuso, hostil e indirecto sobre su estado interior. Entenderíamos que detrás de sus rabietas hay intentos desesperados y desorganizados de ser comprendidos amorosamente.


Pero cuando realmente nos sintamos un poco más fuertes, nos daremos cuenta de que, en última instancia, depende de ambos aprender a nivelar nuestras quejas de una manera un poco más restringida, más serena y más amistosa.


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