LIBERARSE DEL MITO"FELICES PARA SIEMPRE"
LIBERARSE DEL MITO "FELICES PARA SIEMPRE"
La mayoría de nosotros deseamos, de una forma u otra, “seguridad”, es decir, aspiramos a la sensación de estar, finalmente, sanos y salvos en este planeta; en la práctica, vivimos como si un buen día fuéramos a llegar a un espacio de respiro, satisfacción y seguridad.
Por lo tanto, parece conveniente tratar de comprender cómo este “felices para siempre” es una imposibilidad vital. No estamos diciendo que es imposible tener una gran relación, un gran hogar o una gran jubilación. Es muy posible disfrutar de tales privilegios, y más. Por otro lado, no nos traerán todo lo que imaginamos que pueden traernos. Seguiremos preocupándonos en brazos de un socio generoso e interesante; nos preocuparemos en la cocina idealmente diseñada, nuestros terrores no volarán lejos de un cierto ingreso. Parece poco probable, especialmente cuando estos bienes están todavía tan lejos, fuera de nuestro alcance, pero es importante creer en esta verdad fundamental para aceptar y hacer las paces con la propia condición humana.
Nunca estaremos completamente bien, porque mientras estemos vivos siempre estaremos susceptibles al peligro y al riesgo. Las únicas personas con total seguridad son los muertos: las únicas personas que pueden conocer la paz inmutable están bajo tierra; los cementerios son sin duda los lugares más tranquilos que hay.
Hay una cierta nobleza en aceptar este hecho y el lugar inherente de la preocupación en toda vida. Sería bueno reconocer la intensidad de su deseo de felicidad ad eternam y, al mismo tiempo, reconocer un elemento inherente a la humanidad que explica por qué esa felicidad no puede ser nuestra.
Es vital abandonar este Mito de la Llegada: esta convicción de que habrá una meta que, una vez cruzada, abre la puerta a una vida estable, libre de todo sufrimiento, carencia o aprensión.
Este sentimiento de que existe una región tan bendecida de la vida comienza en la niñez con el deseo de poseer un juguete o juego en particular; luego el destino se traslada a un objeto de amor o carrera profesional. Otros destinos comunes incluyen niños y familia, fama, jubilación e incluso "publicación de libros".
No es que estos fenómenos y momentos de la vida no existan. Es solo que no son lugares en los que podamos detenernos, asentarnos y sentirnos bien indefinidamente. Ninguna de estas zonas nos dará la sensación de haber “llegado” realmente. Pronto tomaremos conciencia de amenazas y riesgos que desencadenarán nuevas angustias y preocupaciones.
Una solución imaginable sería concebir cómo nuestros deseos se confunden en los objetos, que haríamos mejor en buscar nuestra realización en otra parte, en cosas más esotéricas o abstractas: la filosofía o la belleza, la comunidad o las artes, por ejemplo.
Pero estos son igualmente objetos ilusorios. No importa qué meta tengamos: nunca será lo suficientemente buena o lo suficientemente satisfactoria. La vida podría verse como un proceso que reemplaza una ansiedad o un deseo por otro. El único elemento estable en la vida es la carencia y el deseo: el único destino es el viaje.
¿Cuáles son las consecuencias de abandonar por completo el “mito de la llegada”? Es posible que aún tengamos ambición, pero la cultivaremos con un desapego sutil e irónico, sabiendo lo que es probable que suceda cuando la logremos. Tendremos presente que una nueva ambición, inevitablemente, tarde o temprano, comenzará a picarnos. Dada la fuerza de este “mito de la llegada”, siempre estaremos sujetos a su tentadora ilusión, pero al menos podemos ser conscientes de ello. Cuando somos testigos de la realización de los demás, podemos sentir un poco menos de envidia. Aunque otros parezcan haber llegado a su meta, sabremos que los habitantes de las mansiones no son menos víctimas de los deseos y las preocupaciones.
Naturalmente, sería bueno prestar más atención al viaje como tal: mirar por la ventana y disfrutar de la vista, siempre que sea posible. Es igualmente bueno entender que esta es solo una solución parcial. Nuestro deseo es una fuerza demasiado poderosa para ser reprimida para siempre. La mayor sabiduría que podemos alcanzar es la de entender por qué la sabiduría absoluta es imposible. Es mejor enorgullecerse del reconocimiento de la propia ineptitud.
Sería bueno aceptar el carácter incesante de ciertas angustias y, en lugar de aspirar a la calma de un monje budista, aceptar que nunca encontraremos tal estado de calma absoluta. El objetivo no debe ser desterrar la ansiedad, sino aprender a gestionarla, a convivir con ella y, si es posible, a reírnos de nuestro perpetuo estado de nerviosismo.
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