PENSAMIENTO ESTRATÉGICO
PENSAMIENTO ESTRATEGICO
Hay que hacer una distinción fundamental entre dos tipos de pensamiento: descubrir qué es lo que quieres conseguir y descubrir cómo conseguirlo.
O, en otras palabras, existe una diferencia clave entre la estrategia por un lado y la ejecución por el otro. La estrategia se trata de determinar nuestros objetivos, mientras que la ejecución incluye todo después de que se toma la decisión: las actividades prácticas necesarias para poner en práctica nuestras ideas.
Es natural suponer que instintivamente dedicamos mucho tiempo a la estrategia antes de centrarnos en la ejecución, ya que, por muy exitos@s que seamos en la ejecución de nuestros planes, lo que realmente importa es tener los planes correctos para trabajar en primer lugar. Nuestros resultados nunca serán tan buenos como los objetivos que los precedieron.
Sin embargo, existe una paradoja en el funcionamiento de nuestra mente: por regla general, somos mucho mejores en la ejecución que en la estrategia. Parece que tenemos una energía innata para superar los obstáculos para lograr nuestros objetivos y una resistencia igualmente innata a detenernos para descubrir cuáles deberían ser esos objetivos.
También parecemos reaci@s a la estrategia, mientras que parecemos más diligentes en la ejecución de un proyecto. Preferimos concentrarnos en la mecánica, en los medios y las herramientas más que en la cuestión, por esencial que sea, de los fines. Somos casi alérgicos a las grandes cuestiones estratégicas: ¿Qué estamos tratando de lograr en este caso específico? ¿Qué podría servir mejor a nuestra felicidad? ¿Por qué debería importarnos? ¿Cómo se alinea esto con el valor real?
Esta devoción excesiva a la ejecución tiene consecuencias trágicas. Nos apresuramos frenéticamente hacia fines elegidos apresuradamente, nos quemamos ciegamente en nombre de objetivos incompletos, nos encadenamos a calendarios, plazos y objetivos de rendimiento, pero al mismo tiempo evitamos preguntarnos qué es lo que realmente necesitamos para prosperar.
Y si finalmente lo hacemos, aprendemos después de toda una vida de esfuerzo sobrehumano, que estábamos en el destino equivocado desde el principio.
Quizás no sea sorprendente que nuestras mentes tengan una inclinación tan fuerte por el trabajo ejecutivo en lugar del pensamiento estratégico. Desde una perspectiva evolutiva, pensar en temas estratégicos nunca ha sido una alta prioridad. Durante la mayor parte de la historia, los objetivos estratégicos fueron evidentes: encontrar suficiente comida, reproducirse, pasar el invierno y proteger a la tribu de los ataques.
Fue en la ejecución donde radicaron todas las dificultades apremiantes y reales: cómo iniciar un fuego en clima húmedo, cómo hacer puntas de flecha más afiladas, dónde encontrar fresas silvestres o las hojas adecuadas para calmar la inflamación…
Somos descendientes de generaciones que han realizado una sucesión de descubrimientos complejos al servicio de unos objetivos fundamentales. Es solo en las condiciones de la modernidad, donde estamos rodeados de decisiones agudas sobre qué hacer con nuestras vidas y donde nuestro objetivo es la autorrealización en lugar de la mera supervivencia, donde las preguntas estratégicas se han vuelto necesarias.
Suelen no serlo, mientras que el peligro radica en no atreverse nunca a levantarlas con suficiente vigor desde el principio. Ya poseemos una gran cantidad de información fragmentada, desorganizada pero importante que podría ayudarnos a avanzar en la resolución de los principales dilemas estratégicos.
Ya hemos tenido suficientes vacaciones y hemos tenido relaciones y hemos pasado por cambios profesionales, hemos tenido la oportunidad de observar las conexiones entre lo que hacemos y cómo nos sentimos, y así lo hemos hecho, en al menos en teoría, reuniendo el material necesario para sacar ricas conclusiones sobre nuestra felicidad y propósito, sobre el significado y los fines humanos adecuados.
Debemos atrevernos a cambiar el enfoque de nuestro pensamiento de la ejecución a la estrategia.
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