EL ARTE DE CALLAR vs EL ARTE DE CONVERSAR
ENTRE LA PALABRA Y EL SILENCIO
Saben bien los taciturnos, los ancianos y los que viven en el mundo del silencio, que los charlatanes nunca serán más que hombres, que los que utilizan la palabra en demasía no llegarán a la sabiduría divina. Lo sabe bien el artisia solo y héroe, lo sabe el viejo mestro hindú..
En estos tiempos de ruido, violencia y provocación, solo parecen salvarse los que saben callar. Hay que guardar silencio, pero hay que saber que silencio se guarda. Personas que prefieren callarse cuando les acosan dudas y no se atreven a consultar para esclalecerlas: prefieren permanecer en esa ignorancia antes que hablar, lo cual les convierte en la esencia misma de la tontería y estupidez.
Hay, sin embargo, los que eligen callarse por complacencia cobarde, y su fín último es ganarse el favor de los grandes, su interés y halago; hay también a los que su orgullo no les permite nombrar la palabra y soportan el silencio como una losa de mármol que esconde inconfensables defecto bajo la apariencia discreta de la reserva.
Hay silencios aparentemente modestos que sólo esconden corazones repletos de veneno y malicia y que utilizan la ambiguedad de la reticencia para llevar a cabo con más seguridad y ahínco un mal propósito. Suelen ser los silencios criminales del hipócrita.
Las personas, sin embargo, embuídas de sabiduría sin saberlo, conocen bien las primeras lecciones del casi desconocido Arte de Callar: hablan con pudor, con aire modesto, como si reconocieran miles de defectos en sus palabras y acciones; toman tiempo, largo tiempo para pensar empresas y vigilar sus pasos.
En contraposición, algunos otros se rebelan y defienden que no se debe ni se puede renunciar a la palabra, connatural a la condición humana. Palabra que connota "pasión" (fueron las pasiones, que derivan de las emociones las que primero hicieron hablar al hombre). Palabra que se verbaliza en sentimientos.
Existe otra especie contrapuesta a la anterior. En tiempos, que parecen cada vez más remotos, el conversar era el don, el privilegio más enconmiable, los que lo practican forman parte de esa especie de secta cada vez más exigua que podríamos llamar los conversadores.
La única seña es en la facilidad con que traban cercanía y descubren sus emociones, dudas, pesares y proyectos como quién recita el rosario. Impúdicos y desmesurados se vuelven invulnerables, porque todo lo suyo lo comparten. Antes que nadar, dormir, comer o cualquier otro placer parecido los conversadores prefieren intercambiar palabras.
El reloj es su enemigo más acérrimo y no lo pueden remediar, saludan a desconocidos en el supermercado o en la calle y tienden a dar consejos a quién no se los pide; cuando sienten que el día no les rindió, que algo le falta al mundo para poder dormirse sobre su almohada, cogen un libro o ven una película de esas en que no importe lo que pase, con tal que importe lo que se diga.
A los conversadores siempre les falta un poquito, nunca quieren que la gente se vaya de su lado y cuando, por ejemplo, su pareja les da la espalda para irse a otro lado, con su soliloquio tienden a llamarlo con un "oye" que es una especie de súplica, de que no te vayas aún. Para entonces el otro ya se ha ido.
Y es por eso que a veces da rabia el silencio.
Como conclusión y sin decantarme por los desconcertantes silenciosos o los conversadores, próximos a veces a extender rumologías que no son ciertas, me gustaría acabar este post afirmando que se habla y escribe de muchas cosas que deberían callarse. Se callan muchas que deberían decirse. Se irrumpe con discursos vacíos y silencios que nacen desde dentro. Parece no quedar tiempo para contemplar la pausa.
La pausa entre la palabra que prepara el silencio. El silencio sin pensamiento.
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