LOS INNOVADORES. UNA HISTORIA VERDADERA
LOS INNOVADORES: CINCO LECCIONES DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL
[Traducción del artículo «Five Lessons From The Digital Revolution», publicado en Vanity Fair por Walter Isaacson, autor de Los innovadores. Los genios que inventaron el futuro]
Hoy en día se habla tanto de la innovación que el significado de la palabra se ha ido difuminando. Por eso, cuando me propuse escribir un libro sobre la revolución digital, decidí centrarme en varios ejemplos concretos de cómo tiene lugar la innovación en el mundo real. ¿Cómo llevaron a la práctica sus ideas los innovadores más imaginativos de nuestra época? ¿Por qué algunos tuvieron éxito y otros fracasaron? Aquí expongo cinco lecciones que extraje de mi investigación.
1. La conexión entre arte y ciencia
Cuando me embarqué en su biografía, Steve Jobs me dijo: «De niño, siempre me consideré una persona de letras, pero me gustaba la electrónica. Entonces leí algo […] sobre la importancia de las personas que podían ocupar el espacio de intersección entre las humanidades y las ciencias, y decidí que eso era lo que quería hacer.» Y eso hizo de él el innovador de mayor éxito de nuestra época.
La santa patrona de esta intersección entre arte y tecnología fue Ada King, condesa de Lovelace. Su padre fue el poeta Lord Byron, su madre una matemática aficionada, y Ada combinó ambas aspiraciones en lo que denominó «ciencia poética». En la década de 1830, se hizo amiga de Charles Babbage, que estaba desarrollando una calculadora denominada «máquina analítica». En un viaje por las Midlands británicas, Ada vio telares mecánicos que utilizaban tarjetas perforadas para producir hermosos patrones. Su padre, que era un ludita, había defendido a los seguidores de Ned Ludd, que estaban destruyendo estas máquinas porque sustituían a los trabajadores de los telares. Pero a Ada le encantaba esta asombrosa combinación de arte y tecnología, que un día tomaría la forma de una computadora.
Lovelace estableció las bases de lo que sería, un siglo más tarde, la era de las computadoras. La primera de ellas era que las máquinas serían capaces de procesar no solo números sino también cualquier otra cosa que pudiese expresarse mediante símbolos, como palabras, música o imágenes. «La máquina analítica teje patrones algebraicos como el telar teje flores y hojas», escribió. Pero introdujo la salvedad de que, por versátiles que llegasen a ser, las máquinas nunca sería capaces de pensar: «La máquina analítica no tiene ninguna pretensión de ser origen de nada», añadió. En otras palabras, en la combinación de las artes con la tecnología, el papel de los humanos sería el de aportar la creatividad y la imaginación.
2. La creatividad surge de la colaboración
Se suele pensar que las innovaciones surgen de un instante de inspiración en un garaje o en un desván. Pero eso no fue lo que sucedió en la era digital. La computadora e internet son dos de los inventos más importantes de nuestra era, pero pocos saben quién los inventó. No son obra de inventores solitarios susceptibles de aparecer en las portadas de las revistas o de incorporarse al panteón de los Edison, Bell y Morse, sino que la mayoría de las innovaciones de la era digital fueron obras colectivas.
[Fuente: La capacidad de colaboración fomenta la innovación, vídeo de Walter Isaacson]
Transcripción
Cuando hablamos de colaboraciones, enseguida pensamos en la de Steve Jobs y Steve Wozniak. Steve Jobs, un gran vendedor, la persona con el sentido del diseño y el brillo. Wozniak, capaz de crear un circuito asombroso con poquísimos microchips. Siempre hay que juntar a gente con mucha visión con personas capaces de llevar las cosas a la práctica.Esto también fue así para los primeros ordenadores. Gente como Presper Eckert, un gran ingeniero que trabajó con un visionario como John Mauchly. Estos nombres no los conoce tanta gente, porque no eran individuos aislados que pudiesen figurar en un panteón, o en la portada de una revista. Solían ser equipos de gente que trabajaba junta.De vez en cuando nos topamos con un innovador que no sabía cómo colaborar. Alguien como John Atanasoff, en la Universidad de Iowa State, que estaba ahí en un sótano, tratando de construir un ordenador con la ayuda de un solo estudiante de doctorado. Nunca logró que funcionasen los lectores de tarjetas perforadas, y cuando la Armada lo llamó a filas, la máquina se quedó allí en el sótano hasta que alguien decidió deshacerse de ella.
Si uno carece del respaldo de un equipo, si es incapaz de llevar a la práctica sus ideas, acaba en la papelera de la historia. Un gran equipo es aquel compuesto por muchos jugadores capaces de jugar en distintas posiciones, como un equipo de béisbol.Si pensamos en los padres fundadores de EEUU, entre ellos había personas apasionadas, como John Adams y su primo Samuel; personas muy brillantes, como Jefferson y Madison; personas de gran rectitud, como George Washington; y, por último, alguien como Benjamin Franklin, el «pegamento» que los unía a todos.
Ese es, en mi opinión, el tipo de equipo que se replica por ejemplo en Intel, con Gordon Moore, Robert Noyce y Andy Grove; o en los Laboratorios Bell, donde hay desde fantásticos científicos de la información a especialistas en trepar a los postes telefónicos que trabajan juntos como un equipo. Cuando pensamos en los equipos que crearon las grandes innovaciones de la era digital, vemos que no estaban formados por un solo tipo de personas, sino que reunían a gente con talentos muy diversos.
Por ejemplo, la computadora moderna. El debate sobre quién merece considerarse como su inventor aún continúa abierto: John Atanasoff, quien llevó a cabo sus trabajos en un sótano de la Universidad de Iowa State a principios de la década de 1940, o John Mauchly, que dirigió un equipo talentoso en la Universidad de Pennsylvania pocos años después. Atanasoff era un visionario solitario, lo que lo convierte en el favorito de los historiadores románticos; a Mauchly, por su parte, le encantaba ir de flor en flor como una abeja, recogiendo ideas y polinizando proyectos en lugares como los Laboratorios Bell, la Exposición Universal de 1939, RCA, las universidades de Dartmouth, Swathmore y, más adelante, la de Iowa State, donde tomó prestadas algunas ideas del propio Atanasoff.
Hasta qué punto Mauchly «robó» algunos de los conceptos de Atanasoff acabaría siendo objeto de una larga batalla legal, pero lo cierto es que, al recopilar ideas procedentes de toda una variedad de experiencias, el comportamiento de Mauchly seguía la tradición de los grandes investigadores. A diferencia de Atanasoff, Mauchly encontró un socio, J. Presper Eckert, que le ayudó a llevar a la práctica su visión, y reunió a un equipo amplio que contaba con decenas de ingenieros y mecánicos, además de un grupo de mujeres que se encargaban de las tareas de programación. El resultado fue ENIAC, la primera computadora electrónica de propósito general operativa en la práctica. La máquina de Atanasoff, sin embargo, aunque se construyó antes nunca se llegó realmente a poner en marcha, en parte porque no hubo ningún equipo que le ayudase a conseguir que funcionase el lector de tarjetas perforadas. Su computadora acumuló polvo en un sótano hasta que, cuando Atanasoff se incorporó a la Armada, se acabaron deshaciendo de ella pues nadie recordaba ya para qué servía.
3. La colaboración, mejor en persona
Uno de los mitos de la era digital es el de que todos podremos trabajar remotamente y colaborar por vía electrónica. Sin embargo, las innovaciones más importantes surgieron de gente que se reunía en persona, en cómodas butacas y no en páginas para chatear: mejor el Googleplex que los Google Hangouts.
Uno de los primeros ejemplos fueron los Laboratorios Bell durante los años treinta y cuarenta. En sus pasillos y cafeterías, los teóricos se juntaban con los ingenieros, experimentalistas, mecánicos curtidos e incluso operarios con las uñas mugrientas especialistas en trepar a los postes telefónicos. Claude Shannon, el excéntrico teórico de la información, se paseaba en bicicleta por los largos pasillos mientras hacía malabarismos e iba saludando a sus colegas. Una metáfora disparatada del fermento que se vivía en el ambiente.
Un grupo de estudio creado ex profeso se reunía cada semana para hablar de materiales semiconductores. Entre sus integrantes estaba un físico llamado William Shockley; un teórico cuántico, John Bardeen; y un hábil experimentalista, Walter Brattain. Bardeen y Brattain compartían espacio de trabajo, y ambos comentaban continuamente sus teorías y resultados experimentales, como un libretista y un compositor sentados al piano. Gracias a su toma y daca, encontraron la manera de manipular el silicio para fabricar lo que llegaría a ser el transistor.
Los fundadores de Intel crearon un espacio de trabajo extenso, pensado para grupos, que fomentaba el contacto entre los empleados, desde Robert Noyce para abajo. Cuando Steve Jobs diseñó la nueva sede de Pixar, prestó una atención obsesiva a a manera de estructurar el atrio, e incluso a la ubicación de los aseos, para que se produjesen encuentros fortuitos entre el personal. Una de las primeras decisiones de Marissa Mayer como directora ejecutiva de Yahoo consistió en disuadir a sus empleados de trabajar desde casa, argumentando que «las personas son más colaborativas e innovadoras cuando trabajan juntas».
4. La visión sin capacidad de ejecución es mera alucinación
Las conferencias de tecnología están plagadas de visionarios deseosos de mostrar prototipos y PowerPoints, pero la historia solo recompensa a quienes crean productos reales.
Por ejemplo, AOL fue fundada por William von Meister, un extravagante emprendedor en serie que disfrutaba lanzando compañías y viendo hasta dónde llegaban. Fue uno de los pioneros de una nueva raza de innovadores que, impulsados por la proliferación de inversores de capital riesgo, proponían ideas deslumbrantes pero se aburrían cuando llegaba la hora de ponerlas en práctica. Habría llevado a AOL a la ruina, como había hecho con sus cinco empresas anteriores, de no ser por la intervención de Jim Kimsey, un disciplinado exsoldado, y Steve Case, un director de marketing con mucha sangre fría. Von Meister fue expulsado de la compañía, y Case la llevó a convertirse en el servicio online más importante de los años noventa. Robert Noyce y Gordon Moore, fundadores de Intel, fueron también grandes visionarios. Pero como gestores eran indulgentes, e incapaces de tomar decisiones complicadas, por lo que incorporaron a Andy Grove para que se encargase de los detalles prácticos.
El corolario es que la ejecución sin visión es estéril: cuando los equipos brillantes carecían de visionarios apasionados, como sucedió en los Laboratorios Bell tras la marcha de William Shockley en 1955, o en Apple en 1985, después de la expulsión de Steve Jobs, la innovación se resintió.
5. El hombre es un animal social
Sí, Aristóteles fue el primero en tomar conciencia de ello, pero es algo más cierto que nunca en la era de las comunicaciones. ¿Cómo si no explicar la banda ciudadana, la proliferación de los radioaficionados, o sus sucesores como WhatsApp o Twitter? Internet se ideó para permitir que los investigadores pudiesen hacer un uso compartido de recursos de computación remotos. Pero enseguida hubo gente que sacó provecho de ella para crear el correo electrónico, las listas de correo, los tablones de anuncios, los grupos de noticias, las comunidades online, los blogs, las wikis y los juegos. Los humanos aprovechamos prácticamente cualquier herramienta digital, tanto si se había diseñado para ello como si no, para crear comunidades, facilitar la comunicación, compartir cosas y para permitir el establecimiento de redes sociales. En palabras de William Gibson, escritor ciberpunk: «La calle da su propio uso a las cosas». Lo mismo sucede con la revolución digital.
Fuente: «Five Lessons From The Digital Revolution», de Walter Isaacson, publicado en Vanity Fair
Más sobre Walter Isaacson y Los innovadores:
Walter Isaacson: “Es importante que no tengamos miedo a la tecnología” (El País, 26 de octubre de 2014)
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