SOBRE EL PERDÓN

 

SOBRE EL PERDÓN

En realidad, la falta de respeto es un fenómeno bastante común. Alguien no cumple su palabra, no asegura su compromiso, no nos brinda asistencia logística, defrauda nuestras expectativas, traiciona nuestra confianza. Estos hechos también se manifiestan en los espacios públicos: los políticos carecen de integridad, los líderes económicos nos engañan, los delincuentes intimidan y aterrorizan...

Considerando que la transgresión no merece perdón es comprensible. El "mal" publicitado es a menudo tan desproporcionado que intentar comprender a los malhechores, o ponerse en su lugar, parece sin interés. Incrédulos ante este mal, alegamos que es la locura lo que motiva a algunas personas a cometer tales horrores. ¡Estos locos, estos enfermos, estos pervertidos son simplemente gente visceralmente mala! En consecuencia, el enfoque liberal que se interesa por los resortes psicológicos subyacentes es una ingenua pérdida de tiempo; y el perdón bajo su apariencia de caridad es un signo de debilidad. Cultivar un rencor obstinado protegería contra el caos y la desintegración social. Una civilización demasiado indulgente no lo lograría.


Sin embargo, el resentimiento es un estado de ánimo, requiere un chivo expiatorio sin el cual no tendría lugar. Ciertamente, el perdón no es sencillo: el esfuerzo que requiere lo convierte en un acto de valor. Como un músculo, sería bueno ejercitar el perdón ya que es fundamental para mantener buenas relaciones (personales y profesionales), ser un buen padre o madre y un elemento constructivo en una comunidad. Para perdonar sin amargarnos, sin volvernos vengativos y sin derramar nuestro veneno en otros lugares, necesitamos una buena dosis de apoyo y aliento. Se trataría, por tanto, de encontrar una fuente de donde extraer para regenerar sus reservas.

El perdón siempre comienza con el reconocimiento de la propia imperfección. Si bien nuestros pecados son ciertamente pequeños en comparación con los que nos indignan, todos hemos hecho algo de lo que no estamos orgullosos y que merece una "confesión". Claro, probablemente no hemos mentido en una declaración de impuestos, agredido a alguien o cometido un robo grave, pero ¿no hemos dicho todos una mentira, heridos, decepcionados, humillados, intimidados...? Entonces, ¿no estamos todos preocupad@s por los pecados de la naturaleza y la experiencia humana? Sólo una gran falta de sensibilidad daría la impresión de tener una conciencia inmaculada. Para salir de ella sin sentirnos abrumados por la culpa, debemos poder contar con el perdón y la indulgencia de quienes nos rodean (nuestros ex, nuestros padres, nuestros colegas, nuestros amigos…), nuestra supervivencia puede depender del perdón que algunas personas nos hayan dado.

Mostrar indulgencia implica ir más allá de una visión simplista de las fuentes del 'mal'. La imagen del 'mal' se desmorona a medida que la examinamos más de cerca. Este 'mal' casi siempre se revela como sufrimiento, debilidad, fatiga, locura o desesperación. Según nosotr@s, siempre somos más neuróticos y neuróticas que mal@s. La madre furiosa y abusiva no es un monstruo; es una niña que nunca ha sido tranquilizada, que, exhausta, reprime las angustias del trabajo, y que, a veces, se avergüenza de su ira y del daño que hace sufrir a sus seres queridos. Buscar comprender al agresor no insinúa la traición de la víctima: es un acto que reconoce una realidad psicológica. A menudo, el comportamiento abominable tiene sus raíces en el miedo y la ansiedad frente a las historias de generaciones pasadas.


Basta observar nuestra actitud hacia los niños para ver que a veces perdonamos espontáneamente. Sabemos ver a través de los caprichos de un niño, conscientes de que son signos de hambre, fatiga, preocupación o dolor. Ya somos bastante capaces de practicar la indulgencia, podría ser suficiente ampliar la categoría de personas a las que ofrecemos esta paciencia. ¿No es más difícil culpar a tu pareja cuando tenemos ante nosotros una foto que nos recuerda al niño o niña que fueron?

Finalmente, es fundamental reconocer que el perdón no es un signo de debilidad. El perdón es tanto más hermoso y conmovedor cuando es realizado por una figura respetada que lo reconoce como un signo de madurez, sabiduría y generosidad.

La indulgencia y el perdón merecen ser glamurizados. Las grandes religiones lo intuyeron. Desde el budismo hasta el judaísmo y el cristianismo, todos ofrecen diferentes formas de incitar y alentar el perdón. Los poemas leídos frente a la Sinagoga en los Días de Expiación, los ciclos de canciones del budismo oriental, la melancolía de la pieza de Bach "Las Pasiones de San Juan", todos tienen como objetivo generar compasión en el público frente a la locura humana.

 Si hoy somos más proclives a la crítica que a la indulgencia, ¿será por el declive de la fe religiosa, que en otro tiempo fue la principal fuente de inspiración para la clemencia y el perdón? De hecho, en ese momento era practicando la religión de uno que teníamos acceso a obras de arte que representaban el perdón.

Algunos temen que la indulgencia y el perdón socaven el orden social. Pero, en realidad, podría ser que sea la exigencia de una reparación exacta del mal cometido lo que impediría la evolución de una civilización (y en menor escala, de un matrimonio, una pareja, una amistad, una colaboración profesional… ) La historia muestra que una sociedad duradera se basa en el perdón heroico de grupos de personas terriblemente heridas. 

Sin este acto de gracia, la sociedad no podría avanzar ni convertir sus fracasos en pasos de progreso, lecciones de sabiduría. No darle al agresor el poder de definir nuestros valores y nuestros principios, no dejar que nos rebaje a su nivel y nos derribe para siempre, es una habilidad rayana en el arte. El perdón es la verdadera victoria sobre el mal, la última prueba de fuerza y ​​coraje.

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