ADA LOVELACE, LA PRIMERA MUJER PROGRAMADORA DE LA HISTORIA (2)
ADA LOVELACE, LA PRIMERA PROGRAMADORA DE LA HISTORIA (2)
Nacen sus hijos
En mayo de 1836 dio a luz en Londres a su primer hijo, Byron, un niño despierto, futuro vizconde de Ockham; tres meses después del parto Ada vuelve a Oackham Park, donde tiene como vecinos a los duques de Kent y su hija, la princesa y futura reina Victoria. Al año siguiente nació Anna Isabella, y el 2 de julio de 1839 vino al mundo el tercer y último hijo de los Lovelace, Ralph Gordon. Ada quiso a todos sus hijos, pero tendrá especial predilección por el mayor.
Por entonces Ada tuvo ocasión de invitar a su casa a Hobhouse y preguntarle por ese gran desconocido que era para ella su padre. Quería saber si la fama de maldad y el gran atractivo personal de lord Byron le hacían justicia.
A los pocos meses del nacimiento de su último hijo, Ada pidió a Babbage que le buscara un buen profesor de matemáticas para mejorar su nivel en «la ciencia de los números»; así podría colaborar con él en su último invento, en el que nadie parecía interesado. Ella entendía que las máquinas de Babbage abrían un camino claro para comprender mejor el universo y sus leyes.
Entonces Charles Babbage trabajaba en la Máquina Analítica, cuyo diseño terminará en 1835. Para Ada aquello era todo un reto, una «máquina inteligente» a la que había que darle las leyes generales que ella aprendería y luego ejecutaría. La preparación en matemáticas que había alcanzado ya le permite entenderla en gran parte y entusiasmarse con lo que podía ofrecer. Ella había visto con admiración los prodigios que otras máquinas estaban haciendo en Inglaterra. Lady Byron propuso hacerse cargo de alguno de sus nietos con objeto de dejar a su hija más tiempo libre para que se dedicase al trabajo científico.
Babbage y la ciencia de los números
El primer instrumento ideado para contar debieron de ser los dedos de la mano; de ahí que contemos de diez en diez y tengamos preferencia por un sistema decimal o digital, aunque también usemos el sexagesimal heredado de los caldeos, por ejemplo, para medir las horas, los minutos y los segundos.
Siguieron como instrumentos de contar el ábaco y, siglos después, las reglas de cálculo, que permitían hacer multiplicaciones y raíces cuadradas, que eran utilizadas no sólo por contables y comerciantes, sino también por científicos como los astrónomos e ingenieros.
El barón escocés John Napier había inventado para realizar operaciones la regla de cálculo, al observar el parecido que existía entre sumar números y multiplicarlos: en realidad, multiplicar un número era sumar el mismo número tantas veces como indicaba el otro, el multiplicador. Sobre esta base se construyeron los logaritmos; un número con un exponente era igual a multiplicar dicho número por sí mismo tantas veces como unidades tiene el exponente (22 = 2 x 2 = 4; 23 = 2 x 2 x 2 = 8; 24 = 16, etc.).
También existía desde el siglo XVII otra máquina que servía sólo para sumar y restar, la pascalina, invento que hizo el filósofo Blaise Pascal para ayudar a su padre, recaudador de impuestos. El filósofo alemán Leibniz, precursor de la matemática moderna, creó un sistema de numeración de base binaria —sólo con 0 y 1—, pensando en que quizá podría llegarse a un lenguaje universal libre de errores, algo que sería posible traduciendo cualquier razonamiento a un simple cálculo, lo cual eliminaría interpretaciones susceptibles de equívoco. Esto implicaba reducir todo a dos cosas: lo verdadero y lo falso, lo primero representado por un 1 y lo segundo, por un 0. Así aparece el lenguaje binario que emplearán los ordenadores.
Con un paso más, las verdades del universo estarían más cerca si se empleaban adecuadamente las sentencias verdaderas y falsas, lo que se podría conseguir con una máquina que separase las unas de las otras.
El antecedente del ordenador
A principios del siglo XIX, época del nacimiento del maquinismo, Charles Babbage inventó la Máquina Diferencial, primero, y la Máquina Analítica después.
Babbage era un avanzado de su época y había llevado a Inglaterra las sociedades profesionales que ya existían en el continente, contribuyendo a poner en marcha la Sociedad Astronómica de Londres, la Sociedad Estadística Británica y la Asociación para el Avance de las Ciencias, ante las suspicacias y celos de la famosa Royal Society.
Uno de sus propósitos era ayudar a los científicos, que utilizaban tablas llenas de errores. Su máquina, con la que esperaba eliminar el error humano, utilizaba el método diferencial, que se basaba en reducir las operaciones a sumas. Presentó su proyecto ante la Royal Astronomical Society en 1821 y creó un prototipo que podía trabajar con seis dígitos. Cuando consiguió la subvención estatal y se puso a construir la Máquina Diferencial, Babbage tropezó con algo insalvable: era demasiado compleja para la tecnología de entonces, tenía muchas vibraciones y surgían problemas de fricción con las ruedas y engranajes que utilizaba.
Para grandes cálculos se necesitaba una máquina de gran tamaño. Gastó mucho dinero sin resultados y perdió la credibilidad; incluso empezó a ser visto como un visionario. Entonces ideó otro ingenio aún más ambicioso, la Máquina Analítica. Esta máquina podría realizar cualquier cálculo, no sólo los referentes a tablas logarítmicas, sino que tendría la capacidad de encerrar instrucciones programadas y optaría por seguir unas u otras según el resultado de las operaciones anteriores. La máquina encerraba en sí la esencia del actual ordenador.
Babbage había visto en Francia, en la fábrica de tejidos de Jacquard, unas tarjetas perforadas que servían para indicar a la máquina qué tipo de cosido tenía que hacer; tenía forma de cinta perforada y era la que se utilizaba también para interpretar las melodías en las pianolas. Las tarjetas se dividían en campos y columnas y, según el lugar donde estuviera el agujero, significaba un determinado número o letra. Esto le pareció la solución perfecta para introducir en su máquina los datos e instrucciones necesarios. La máquina tenía un cilindro para discernir qué tipo de operación debía realizarse, una memoria donde se almacenarían los números para los cálculos y una impresora que sacaría al final los resultados de forma automática.
Ada imagina la máquina del futuro
La coronación de la reina Victoria se celebró en 1838 y trajo nuevos nombramientos para la nobleza. Lord King obtuvo el título de conde de Lovelace y, en agosto de 1840, el de lord Lugarteniente de Surrey. Por esas fechas, Babbage fue invitado a Turín para presentar su Máquina Analítica, aunque al final será el ingeniero militar italiano y futuro ministro Luigi Menabrea quien la presentará en una conferencia en esta ciudad italiana.
Su disertación, Tratado sobre el cálculo diferencial e integral, de alto nivel científico y técnico, se publicó en francés en 1842, en la Bibliothèque Universelle de Génève. Ada se propuso por su cuenta traducirlo al inglés. Cuando hubo hecho el trabajo, se lo enseñó a Babbage y éste la animó a que añadiera sus propias aportaciones personales.
Así es como Ada describió las diferencias que tenía el invento de Babbage respecto a la pascalina; ésta era comparable a una calculadora que no iba más allá de las operaciones aritméticas, mientras que la Máquina Analítica se parecía al actual ordenador, pues podía almacenar datos y un programa o secuencia de operaciones e instrucciones.
Ada expresó con precisión y visión de futuro las nuevas tareas que podría realizar y plasmó sus propias ideas, incluido el trabajo algebraico, aunque Babbage decidió correr con la parte relativa a los famosos «números de Bernouilli». Ada creyó que en el futuro la máquina podría incluso componer música y hacer gráficos.
Los grandes cálculos matemáticos contenían muchas repeticiones en una misma secuencia de instrucciones, y la máquina podría simplificarlas utilizando las tarjetas para seguir una determinada rutina si se cumplían ciertas condiciones. La preparación de las órdenes de trabajo para la máquina es lo que se conoce como «programación». El trabajo de Ada acabó triplicando la extensión de lo que fue en sí la exposición de Menabrea. El propio Babbage afirmó que con «las dos memorias se tiene una demostración completa de que el conjunto de operaciones y desarrollos pueden ser ejecutados por la Máquina Analítica». Insistió Ada en que el ingenio no pretendía crear nada original, sino sencillamente ejecutar lo que se le ordenase.
«Puede seguir un análisis pero carece de capacidad para anticipar relación o verdad analítica alguna. Su papel concreto es ayudarnos a disponer de aquello con lo que ya estamos familiarizados.» El trabajo de Ada se firmó con sus iniciales AAL, para evitar los prejuicios de quienes rechazarían el trabajo de una mujer, y se publicó en 1843 con una tirada de 250 ejemplares que se repartieron entre los científicos e intelectuales.
Entre la exaltación y el fatalismo
Ada era una apasionada de la máquina y no se detuvo aquí; convenció a su marido de su trascendencia y de que, además, podía ser un buen negocio. Podrían invertir un dinero en su construcción, mientras que Ada trabajaría en ella bajo la supervisión de Babbage.
Con el tiempo, lady Lovelace empezó a mostrar un cierto tono de arrogancia hacia Babbage y se daba una importancia que no poseía, puesto que el padre del invento era él, y ella, su ayudante, aunque fuera una colaboradora llena de entusiasmo e imaginación y a la que no se podía negar su papel de impulsora. Tal exaltación y el hecho de que incluso hiciese algunas correcciones y críticas a su maestro, que soportaba pacíficamente la pedantería de su colaboradora, se atribuyeron a la influencia de las drogas y el licor que los médicos le prescribían.
Junto con las sangrías mediante sanguijuelas, estos cócteles estuvieron siempre presentes en su vida, para paliar unas veces la gastritis y otras el asma o los confusos padecimientos que iba teniendo. En aquel siglo, el alcohol era incluso recomendado por las publicaciones populares.
Por otra parte, el opio no era ajeno a estos estados de exaltación. Sir John Hobhouse la describió por entonces como una dama un tanto «fantástica» y afectada, aunque de trato amable y conversación no carente de interés. Con el tiempo Ada llegó a sobreestimar sus dotes científicas y, con esta presunción, hablaba de sí misma sin que nadie le desmintiera.
Anímicamente, pasaba de períodos de euforia y optimismo a otros de fatalismo, muestra de su personalidad inestable. Esta exaltación no era ajena tampoco a su familia, pues el propio lord Byron la tuvo, y se podría pensar en cierta herencia. Ada alardeaba también de trabajar en nombre de Dios, la verdad y los grandes ideales, antes que por su propia fama y culto personal, alarde que hacía también su madre. Lord y lady Lovelace, al igual que lady Byron, eran unitarios, una rama del protestantismo que negaba la existencia de la Santísima Trinidad.
Coqueteos y drogas
Lord Lovelace admiraba mucho a su esposa, la elogiaba de veras y la consideraba casi un genio, lo cual favorecía la excesiva valoración que ella tenía de sus propias dotes. Ada aprovechaba este prestigio para dejarse cortejar en sociedad y flirtear con caballeros como el amigo de la familia Frederick Knight, al que siguió Phillips Kay.
Con el propósito de apoyar el trabajo de su hija, lady Byron seguía con los tratamientos de moda para la salud, como era entonces el mesmerismo, y, quejosa siempre de su salud, predecía reiteradamente su inminente muerte. Para ayudar a Ada en sus quehaceres y librarla de responsabilidades busca a un tutor para sus nietos; así su hija podría trabajar más horas en la máquina. También el señor King empezó a ocuparse más de sus hijos con este fin. El tutor elegido fue el extravagante y piadoso unitario William Carpenter, en quien depositaron su confianza; más tarde les traicionará contando la vida y milagros de los Lovelace. Por otra parte, lord Lovelace también escribía sus propias obras: en 1847 publicó Teoría sobre la población y, en colaboración con Ada, sacó a la luz algunos artículos sobre la nueva agricultura.
Ada pudo enfrascarse en su trabajo, pero, como siempre, era inconstante y se resentía de su salud; incluso creía que sus males se debían a un exceso de matemáticas. Por entonces se puso de moda la morfina, y el doctor Locock se la prescribió para su «congestión de cabeza» dos o tres veces por semana, además del láudano. Respecto al opio que había estado tomando durante mucho tiempo combinado con alcohol y otros estimulantes, Ada observó que tenía un efecto temible, aunque en tiempos pasados elogiaba sus efectos. «El opio me pone filosófica y libera mis miedos y ansiedades —decía antes—. Parece liberar todo mi cuerpo.» A partir de entonces pasaba a veces de la exaltación a la depresión en poco tiempo y parecía próxima al desvarío.
En febrero de 1844 tuvo unos extraños síntomas, «como si tensasen sus cuerdas nerviosas». Su médico afirmaba que lo que tenía era una enfermedad tan particular que no carecía de nombre y que sólo padecía ella. Tenía convulsiones que la dejaban agotada; a su amigo Moronzow le dijo que se iba a ofrecer a la ciencia para que la estudiasen y que esperaba que un día sus fenómenos cerebrales se pudieran traducir a leyes y ecuaciones matemáticas y se transcribieran en fórmulas las acciones de sus moléculas, al igual que Newton hizo con las leyes de la gravedad.
Ada se volvió un tanto visionaria; en otra visita que les hizo Hobhouse éste quedó asombrado de sus afirmaciones fantásticas y sus manifestaciones ultrarreligiosas. También observó la excelente unión que mantenían ella y su esposo.
Durante los últimos meses Ada sufrió fuertes dolores y malestar. Tenía hemorragias y le diagnosticaron un cáncer de útero.
Vinieron sus hijos e incluso lady Byron decidió acabar con las hostilidades. A Ada lo que más le asustaba era que la enterrasen viva, por lo que tomó medidas para que esto no le ocurriera. Como una de sus últimas voluntades, comunicó que quería que la enterrasen junto a su padre. También quiso ver a Charles Dickens, por el que sentía una gran admiración aunque apenas se habían tratado. Dickens era una celebridad, además de un hombre de gran atractivo personal, y cuando se enteró de este deseo fue a visitar a Ada, que le manifestó su respeto y le señaló la coincidencia entre sus ideas sobre el futuro.
El 27 de noviembre de 1852 Ada murió con sólo treinta y seis años, exactamente a la misma edad que su padre. Lady Byron, tras la desaparición de su hija, mostró una vez más su tiranía y falta de respeto con el legado de Ada; falleció en 1860, después de impedir a Babbage que publicase unas memorias de su hija. Dos años después murió el hijo mayor de los Lovelace, Byron, también con treinta y seis años, como su madre y su abuelo, lord Byron. Lovelace volvió a contraer matrimonio y vivió casi hasta los noventa años.
Conclusión
Esta imaginativa matemática fue la única hija legítima del poeta romántico lord Byron, aunque la separaron de él a las pocas semanas de vida y nunca más volvería a verla. Ada también fue, siglo y medio antes de la gran revolución informática, la primera programadora de la historia. Educada por tutores e ilustres profesores de matemáticas, como William Frend, Augustus De Morgan y el propio Babbage, su obra principal fue la traducción de Nociones sobre la Máquina Analítica de Charles Babbage, trabajo publicado en francés por Luigi Federico Menabrea, y especialmente la serie de anotaciones personales en las que describió la máquina y cómo podía realizarse la programación.
Su mente lógica le permitió tener una excelente visión de futuro, trabajando como colaboradora del gran científico e inventor Charles Babbage, que había diseñado el que se considera el primer ordenador. Ambos representaban la avanzadilla de la era cibernética, en la que otros matemáticos ya habían dado algunos primeros pasos, como Leibniz, que propuso un sistema de base binaria, igual al lenguaje de ceros y unos que hoy utilizan los ordenadores.
Ada fue una mujer inmadura y dominada por su autoritaria madre, lady Byron, de la que apenas fue capaz de ver sus contradicciones y manipulaciones. A esto se añadía un temperamento poco controlado y con grandes fluctuaciones de ánimo. Sus manías y su narcisismo parece que se debieron tanto a las drogas y al alcohol que le recetaban los médicos como a su perfil de protagonista nata, un mecanismo para compensar la anulación de la personalidad causada por el control materno. También sufrió frecuentes enfermedades más o menos graves, incluso incapacitantes.
Sin embargo, supo comprender, en los albores del maquinismo que surgía en Inglaterra, lo que las máquinas podrían hacer por el hombre imitando en cierto modo sus funciones mentales, así como intuir los principios de la futura programación de los ordenadores. Observó la relación entre los procesos abstractos de la mente y las operaciones, y pensó en el desarrollo de un lenguaje nuevo de grandes posibilidades para la humanidad.
Babbage no llegó nunca a hacer realidad su Máquina Analítica, pero en el doscientos aniversario de su nacimiento, en 1991, el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de Londres construyó la Máquina Diferencial con los diseños de su creador. Sólo encontraron algún pequeño error fácil de corregir.
En 1855 Babbage obtuvo la Medalla de Oro de Francia y al año siguiente el Observatorio Astronómico de Albany, Nueva York, compró su diseño para servirse de ella en sus trabajos astronómicos. Lo mismo hizo en este sentido el Departamento General de Registros londinense para sus cálculos.
Las hijas y nietas de Ada siguieron la afición por los caballos de su progenitora, pero sacaron más partido de ella destacando como campeonas de equitación.
Tras la «máquina de Turing», una forma de razonar, los ordenadores emprendieron una carrera vertiginosa, y en la actualidad, con sus cálculos matemáticos, permiten incluso anticipar cuál será el resultado de una operación quirúrgica o la evolución de un tumor cancerígeno, lo que hará posible terapias más eficaces.
El recuerdo de Ada ha quedado para la historia de algunas formas. El lenguaje de programación Ada popularizó el nombre de la joven matemática inglesa; era un lenguaje para programas militares, industriales e incluso de uso civil. Antes, el escritor y político inglés Disraeli convirtió a Ada en la heroína de su novela Venecia, y en España también se puso su nombre al Centro Politécnico Superior de Zaragoza.
En cuanto a lord Byron, ciento cuarenta y cinco años después de su muerte, en 1969, los británicos perdonaron sus veleidades y pusieron una lápida que le recuerda en la abadía de Westminster, junto a los hombres ilustres.
Ada reposa junto a él, como fue su voluntad, en Nottinghamshire.
María José Casado es periodista especializada en temas de divulgación científica. Subdirectora de la revista Muy Interesante, lleva varios años publicando artículos y dando conferencias sobre las mujeres silenciadas en el campo de la ciencia destacando tanto su esfuerzo personal como las dificultades para prosperar en su trabajo científicos. Su libro "Las damas del laboratorio" del que se han extraído los fragmentos precedentes, está publicado por la editorial Debate (más información).
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