BIOGRAFÍAS DE MUJERES CÉLEBRES: ORIANA FALLACI
ORIANA FALLACI




Oriana Fallaci, periodista, escritora, polemista, valiente y
desmesurada, falleció un jueves por la noche, a los 77 años, en un
hospital de Florencia. Residía en Nueva York, pero cuando el cáncer
acabó con sus últimas resistencias, 10 años antes, pidió que la
trasladaran en secreto a su ciudad natal. El final de su vida fue una
mezcla de clandestinidad y fragor público: no se dejaba ver y apenas
hablaba con nadie, y sin embargo desde 2001 publicó tres libros feroces
contra el islam y contra la "cobardía y mediocridad" de lo que ella
llamaba "Eurabia".
Su vida fue poco común desde el principio. Nació el 29 de julio de
1929 en Florencia y con poco más de 10 años actuaba ya como correo de la
Resistencia antifascista: su padre, un carpintero de izquierdas, no le
ahorró ningún riesgo. Al final de la II Guerra Mundial estaba envuelta
en la aureola de adolescente partisana y gozaba de la admiración de la
nueva clase dirigente italiana.
Antes de los 20 años optó por dedicarse al periodismo y a los libros. Las primeras obras, Los siete pecados capitales de Hollywood (1959), El sexo inútil (1961), Penélope en la guerra (1962), Los antipáticos (recopilación de entrevistas de 1963) y Si el sol muere (1965), le reportaron fama y prestigio en Italia.
Con Nada y así sea (1969), sobre la guerra de Vietnam, y con sus crónicas sobre aquel conflicto para el Corriere della Sera
alcanzó un renombre internacional que le permitió conseguir entrevistas
con personajes de gran relieve, desde Henry Kissinger a Golda Meir,
desde Yasir Arafat a Bob Kennedy. La mayoría de sus entrevistados la
detestaban. Eso le gustaba.

En 1975 publicó Carta a un niño que no llegó a nacer, un libro sobre la experiencia personal de un embarazo y un aborto, su primer auténtico best seller mundial. En 1979 concluyó Un hombre,
dedicado a la historia de su compañero sentimental Alekos Panagulis,
héroe de la resistencia griega contra la dictadura, fallecido el 1 de
mayo de 1976 en un oportuno accidente de automóvil cuando estaba a punto
de dar a conocer pruebas sobre la complicidad de varios políticos del
nuevo sistema democrático con el régimen de los coroneles.
Cubrió como enviada especial numerosos conflictos bélicos, pero las
entrevistas seguían siendo su especialidad, y la realizada en 1978 al
ayatolá Jomeini reavivó su leyenda: a diferencia de otros periodistas
occidentales, que veían en el clérigo chií una alternativa razonable a
la dictadura del sah, Fallaci se le enfrentó y criticó sus opiniones
sobre las mujeres.
Inshallah (1990), sobre la guerra de Líbano, fue una
incursión en el terreno de la novela que dejó traslucir con claridad su
antagonismo respecto a algunas organizaciones musulmanas, en especial la
OLP. Siguió una fase de relativo silencio, marcada por su traslado a
Nueva York. En 2001, Fallaci reapareció con virulencia. Tras los
atentados del 11 de septiembre escribió un vehemente artículo para el Corriere en el que denunciaba el fanatismo islámico y lo comparaba con el nazismo. De ese artículo nació La rabia y el orgullo (2001). Aparecieron luego La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma, ambos en 2004.
Sobre el significado de esas tres obras, en realidad una trilogía,
escribió ella misma después de los atentados de 2005 en Londres: "Hace
ya cuatro años que hablo de nazismo islámico, de guerra contra
Occidente, de culto de la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que
ya no es Europa, sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia,
con su ceguera, con su humillación ante el enemigo está cavando su
propia tumba".
Las invectivas contra "la comedia de la tolerancia, la mentira de la
integración y la farsa del multiculturalismo" le costaron un juicio en
Francia por racismo y xenofobia. Un tribunal suizo pidió al Gobierno
italiano la extradición de la escritora por los mismos delitos. También
en Italia un fiscal solicitó su procesamiento por "vilipendio al islam".
Fallaci estaba ya muy enferma y vivía como una reclusa en su
apartamento de Manhattan. No respondía al teléfono y sólo abría la
puerta a su hermana y su sobrino. Ambos revelaron que la escritora y
periodista temía que la asesinaran. Quiso ser recibida por el papa
Benedicto XVI antes de morir y éste le concedió una audiencia privada el
27 de agosto de 2005. No trascendió nada de lo hablado. Fallaci siguió
definiéndose como "cristiana atea" y dispuso en el testamento que sus
exequias fúnebres fueran laicas y estrictamente privadas. El Papa se
sumó al coro de tributos hacia la escritora: el Vaticano hizo saber
que Benedicto XVI rezó por ella.
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