LA DIRECCIÓN REVOLUCIONARIA

DIRIGIENDO DESDE LA REVOLUCIÓN


Dicen que el hábito hace al monje. Deduciendo en este caso que hábito se refiere a la vestidura, traje, o prenda.

¿El hábito hace al líder?. Pero el hábito entendido como práctica o rutina. Todos los postulados, teorías, paradigmas y técnicas que conocemos, de nada sirven si no se llegan a convertir en hábito. Y este se consigue a base de práctica, dedicación y esfuerzo. Pero para lograrlo hace falta algo más. Un profundo conocimiento de uno mismo, confianza y sobre todo, ganas y deseo de poner en práctica lo aprendido. Siendo constantes y perseverantes en nuestro deseo de perfeccionar y mejorar como líderes pero sobre todo, como personas. Anteponiendo los intereses del equipo a los nuestros.

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Todos conocemos, incluso en primera persona, a colegas que han asistido a infinidad de cursos y seminarios sobre liderazgo, dirección de equipos o habilidades directivas. Sin dudar de la eficacia de estos cursos ¿Durante cuánto tiempo aplicamos lo aprendido? ¿Qué incidencia tiene en la organización? ¿De qué forma beneficiará a nuestros colaboradores?

Para algunos, es solo una moda pasajera. Durante unos días lo intentan, pero en algunos casos abandonan a mitad de camino. Otros perseveran, ponen en práctica, mejoran, ensayan y perfeccionan, pulen, retocan y corrigen sin cesar.

Solo así conseguirán el efecto deseado.

Mandar es fácil. Liderar es otra cosa

Un título no es garantía de nada y menos cuando de lo que se trata es de modificar conductas, o generar nuevas costumbres y habilidades relacionadas con la dirección eficaz.

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El primer paso para poder aplicar lo que nos enseñan es conocernos bien a nosotros mismos ¿Crees conocerte en profundidad? ¿Conoces cuáles son tus debilidades y fortalezas? ¿Te considera ejemplar como mando o líder?

“Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla. (SUN TZU)”

Conocernos en profundidad nos ayudará a adaptar las técnicas y principios aprendidos a nuestro estilo de mando. Es evidente que no somos robots a los que puedan programar en un curso o seminario y ya estamos listos para la batalla. Cada individuo es diferente y también lo es su forma de aplicar las enseñanzas recibidas. A veces es más fácil utilizar el sentido común que la técnica.

Dicen que los líderes pueden cambiar el mundo. Tal vez sea cierto, pero la verdadera revolución debe empezar por nosotros mismos, contagiando a todos y cada uno de nuestros colaboradores como si de una plaga se tratara.

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Es en ese sentido en el que debemos de ser revolucionarios. Estimulando, provocando y ejecutando el cambio. Primero en nosotros como individuos y a continuación en las personas que nos rodean. El efecto dominó.

Cualquier cosa que nos propongamos, con el debido entrenamiento podemos convertirla en hábito.

Las teorías surgen, o al menos así debería ser, de la práctica. Del análisis y estudio de personas que han conseguido hacer del liderazgo un arte. Y como arte, al servicio de su equipo, organización y clientes. Pero ¿de qué sirven todas las teorías sobre dirección y liderazgo sino se ponen en marcha? La respuesta es evidente.

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Construyamos nuestras propias teorías si lo deseamos. Perfeccionemos nuestras habilidades. Aprovechemos los conocimientos de los expertos. Adaptemos las teorías a nuestra propia realidad empresarial.

Probablemente la mayoría de nosotros trabajamos en pequeñas y medianas empresas cuyos recursos económicos, materiales y personales no son ilimitados. No podemos aplicar lo que muchos libros nos enseñan. Así pues, tenemos el equipo que tenemos y lo único que podemos hacer en algunos casos es pulir un grupo de individuos hasta conseguir un equipo de alto rendimiento. Y eso, ya es todo un éxito si lo conseguimos.

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Los verdaderos líderes consiguen en sus equipos el famoso efecto “banco de peces”. Todos trabajan en la misma dirección, sincronizados y reaccionan a los cambios de la misma manera, siendo difícil identificar quién fue el primero en iniciar el movimiento.

Seamos revolucionarios. Provoquemos el cambio desde arriba. Seamos tenaces y constantes y lo demás vendrá solo. Sólo nosotros somos los responsables de facilitar la adaptación al cambio. Seamos visionarios. Para eso , también se nos paga.

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No desfallecer en los propósitos porque sólo los tenaces y perseverantes lo consiguen. El resto se queda en el camino lamentándose o echando la culpa a los demás. Por supuesto que ser un líder eficiente no garantiza el éxito de una empresa pero sin duda que en algo ayuda.

La famosa globalización y la velocidad con la que se producen los cambios e innovaciones nos obliga a formarnos y reciclarnos continuamente intentando conseguir un perfecto equilibrio entre destrezas, conocimientos técnicos y habilidades interpersonales. La selección natural aplicada a la empresa hace el resto. Solo los mejores consiguen despuntar y prevalecer.

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Como dijo algún famoso gurú, ahora no son los grandes los que se comen a los pequeños, son los veloces los que se comen a los lentos. (Jason Jennings y Laurence Haughton). Debemos de ser rápidos en anticiparnos y detectar tendencias. En provocar cambios en lugar de ser meros espectadores y en romper las reglas si es necesario.
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Ser revolucionarios como directivos o líderes implica producir cambios profundos y perdurables. No conformarnos con lo establecido. Ver las cosas desde otra perspectiva. Ser creativos. Hacernos preguntas continuamente y encontrar las respuestas. Observar nuestro entorno desde una cierta distancia y ser objetivos. No hacer las cosas porque siempre se han hecho así o porque es la costumbre. Cualquier cambio que se realicen por pequeño o insignificante que nos parezca, tiene sus consecuencias. Es la suma de pequeños cambios lo que produce verdaderos resultados duraderos.

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 Lo importante es ser capaces de provocarlos.

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