ATREVETE A JUZGAR.LA MIRADA DEL ESPECTADOR INDIFERENTE
ATREVETE A JUZGAR. LA MIRADA DEL ESPECTADOR INDIFERENTE
A menudo se oye decir que uno no es quién para juzgar ciertas cosas, lo que sugiere que puede haber otras para las que sí resulte un juez competente y también que las que uno sin juzgar podrían ser legítimamente decididas por otros distintos de uno.
La abstención del juicio tiene una raigambre muy antigua en la historia del pensamiento occiental. Tiene por lo menos dos raíces viejísimas y muy poderosas, aunque indepenientes entre sí:
- En primer lugar la norma de los escépticos de la Antiguedad que obligaba a suspender el juicio contrapesando cada creeencia con su contradictoria.
- En segundo lugar, la recomendación evangélica de "no juzgar para no ser juzgado" .
Pero el tópico ·" no soy quien para juzgar" tal como se emplea en la Cultura Contemporánea, utilizándose con demasiada asiduidad, tiene un sentido muy distinto, del de sus ancestros y cristianos. Quien escurre el bulto del juicio y justifica su no abstención en la recompensa propia no dice en realidad todo lo que cree. Semejante abstención se presenta como una profesión de modestia, de humildad, de ignorancia. pero se trata de una falsa modestia, de una humilad fingida y de una humildad que no es tal.
Porque lo que hace el abstencionista no es dejar de juzgar ni negarse a hacerlo, sino "decir" que lo hace, y decirlo en un contexto en el que la abstención acude en apoyo de ciertos juicios y en menoscabo de otro. No es un acto de silencio, sino un cálculo, astuto y solapado acto de habla cuyo verdadero sentido estriba en delegar cuya autoridad se da por supuesto y se sustrae a toda discusión.
Decir que uno no tiene autoridad para juzgar algo- lo que equivale casi siempre a afimar que no es quién para condenarlo- no significa en modo alguno que aquello haya de quedarse sin juzgar o que aquella autoridad no exista.
En efecto, la idea de juicio se funda en la de una autoridad para juzgar, y esa autoridad se otorga, se deniega, se gana y se pierde como todas. Ahora bien, la autoridad para juzgar no se adquiere casi nunca porque los otros le conceden de manera explícita, sino más bien porque se retraen de ejercerla y dejan el camino libre para usarla sin rivalidad. Autorizamos a alguien a juzgar deponiendo nuestra capacidad de juicio o invalidándola, y el decir que uno no juzga es la forma canónica de esa atribución de autoridad.
Hay un uso particularmente relevante de todo lo anterior, que es el que ocurre cuando alguien se "declara" desautorizado para juzgar el mal o, por mejor decir, cierto tipo de males. Esta forma de abstención suele justificarse en la extravagante doctrina según la cual algo solo puede juzgarlo quien lo ha hecho o quien está cerca o quien está cerca de los hechos. En la práctica, estas líneas de abstención del juicio equivalen a declarar que respecto de cieros daños el único juez competente es quien lo ejecuta o aquel a quien designe.
Se trata, sin duda, de una práctica demasiado cínica para que sea respetable, pero lo que más importa no es eso: sino algo todavía más difícil de confesar: que en el Mundo Contemporáneo, para llevar a cabo ciertas formas de barbarie en condición necesaria- y a veces con suficiente- asegurarse el monopolio del juego del juicio mediante la comodidad de quienes podrían ejercerlo.
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