COMPLICES
COMPLICES
Sin caer en sensiblerías baratas no cabe duda que lo más importante en las relaciones es compartir. Esto no viene a significar que haya que ofrecer sin más, al primero que se presente en casa, el marido, el coche, la cuenta del banco o la mujer. Ni tampoco abrir en canal, sin pudor alguno, sentimientos, manías, deseos y quedarnos desnudos sin secretos que nos arropen. El compartir va mucho más allá de todo esto. Es una simple actitud.
Los generosos por naturaleza reparten aquí y allá todo lo que cae en sus manos. Les quema todo lo material y, en ocasiones se exceden en ser generosos con lo que ya ni les pertenece. Hay que coger el puntillo de hasta dónde y a según quién se le puede sentar a la mesa camilla y dejar que escuche y comparta tenedor y cuchillo.
"Nunca te arrepentirás de lo que tu boca no ha dicho", pues equivocar al confidente puede ser un tanto peligroso. Ir por la vida con la cabeza llena de suspicacias, desconfianzas y paranoias es bastante incómodo y trabajoso, quita horas de sueño y alimenta malos rollos. Lo que no tiene discusión es que confiarse a extraños puede desbaratar mucho la existencia.
Cómplices hay de varios tipos. De buena, mala y malísima calidad. Hay que compartir. Es lo único que permite mirar a la gente cara a cara, con insolencia, sin miedo. Y sólo el cómplice que practica la desinhibición perpetua, no decepciona nunca. Es esa persona que se sabe que siempre está ahí, y que cuando algo ocurre, bueno o malo, te induce al abandono que tranquiliza.
Los que saben ser cómplices son personas genuinas, sin artificios. Sin arrebatos. Simplemente comparten.
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